miércoles, 1 de diciembre de 2010

Análisis de la economía mundial

"Tonterías. O nimiedades. Total, lo mismo da, que da lo mismo". Eran los pensamientos del hombrecillo mientras caminaba por la empinada cuesta empedrada. "Ya verán" se repetía una y otra vez. "Les devorará, y cuando lo haga se preguntarán: ¿Oh, donde está nuestro amado líder, aquel que pudo habernos salvado de la catástrofe, nuestro señor Ehkinodominskin? Pues no pienso ayudarles..."
Así, rumiando sus pensamientos de la misma forma que un escarabajo pelotero da vueltas a su bola de mugre, andaba en dirección a su hogar, dispuesto a pasar una agradable jornada de descanso, sin prestar atención, por supuesto, a los molestos gritos de la plebe. La muchedumbre humana que componía el hasta entonces tranquilo pueblecito de Akhimnomendum, había procedido, abandonando todo atisbo de sentido común, a realizar lo que algunos denominarían carrera de fondo con un ansiado premio en metálico de 5000 rublos; otros, estampida; y otros, más acertadamente, carrera para salvar el propio pellejo; todos en la misma dirección que había tomado el agradable anciano.
Quizá si no hubiese estado medio tocado del oído... pero ni aún así nuestro pobre señor Ehkinodominskin podría haberse salvado,debido al reuma, y aquella herida de su vieja pelea (de esos lejanos y nebulosos años de su recuerdos de cuando era joven) con aquel impertinente Conscentamio Popelerrimo, que menudo golpe le dio en la rodilla, pero bien que le dejó a él los incisivos, vaya que sí....
Pero ni con esas. La multitud le arrolló. Para aquellos lectores ávidos de detalles, se procede a explicar la escena a cámara lenta:
La primera persona que le pasó por un lado fue la señora Libertinámica, moviendo de un lado a otro de su ampuloso cuerpo sus enormes extremidades (las cuatro normales y el resto de grupos de células y enfermedades que habían cobrado vida propia) mientras que gritaba algo que al señor Ehkinodominskin le sonó así como "¡Moled, moled! Que vendo mi cuerpo" cuando en realidad lo que gritaba era "¡Corred, corred!". Lo segundo lo entendió bien. Después de la señora Libertinámica lo siguiente en pasar por el campo de visión de nuestro protagonista fue una mano, que, desarbolada de su cuerpo y capacidad motora de su dueño, fue a acertarle de pleno en el entrecejo. El cuerpo de nuestro amigo Ehkinodominski realizó cierto tipo de torsión nada recomendada para las personas mayores, y muy poco recomendada para la salud en general, y decidió ejercer su derecho al libre albedrío volando en lo que sin duda fue el mejor lanzamiento de cuerpo involuntario de la historia, hasta aterrizar en medio de la masa humana enloquecida. A partir de aquí, y para no herir la sensibilidad de los lectores, se omitirán los detalles.
En estado deplorable, magullado y en lo que en lenguaje Car & Driver se denomina "siniestro total" el señor Ehkinodominskin hizo un amago de levantarse, para decidir pocos segundos después que tampoco hacía mal día para admirar el bello mosaico que formaban los adoquines. En tales profundas reflexiones constructoras se hallaba, que no se apercibió de la montaña de hedor, malos pensamientos y embrutecimiento en general que se hallaba a pocos pasos de él, hasta que su sombra le cubrió.
Ehkinodominskin alzó la vista para mirar a la cara a aquel monstruo, el conocido y temido Asianomanto. Lo último que pensó el señor Ehkinodominskin antes de que una paz negra le invadiera fue: "Y, sí, claro, y ahora dirán que no les advertí".

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