viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Muertos? Muertos.

Las trompetas acometieron lo que debía de ser una marcha fúnebre, pero que, debido a la mezcla de astigmatismo, miopía y despiste de uno de los miembros, se estaba convirtiendo rápidamente en una extraña de mezcla de Great Balls of Fire de Elvis y el Eterna Devoción de don Alfredo Davila Rendo. Uno de los asistentes al sepelio decidió que había tenido bastante, y en un acto que el resto de presentes agradeció, procedió a expulsar del lugar a la autodenominada "Vandas funebres: la muxica que justará de hescuchar cuando este muerto".
Ya en silencio (roto únicamente por los sorbimientos de mocos, los sollozos de la desconsolada viuda, el lamento de las 5 plañideras contratadas para la ocasión, la conversación de dos funcionarios del cementerio acerca de la última discusión con la parienta, porque menudo cuando me pilló con la vecina, si vieras el rebote que tuvo...) uno de los asistentes realizó en dirección al cura esa clase de señal imperceptible que suelen realizar en las películas. Por desgracia, la última película que el susodicho había visto era Top Gun, por lo que el sacerdote recibió una complicada secuencia de movimientos de brazos que lo que realmente indicaba era "Preparado para el despegue. Ojo con la fabada".
Suspirando y frunciendo el entrecejo, el cura se adelantó hasta el borde de la tumba, y comenzó el panegírico:
-Hermanos...
-Pues yo te sigo diciendo que en realidad era un golfo
-Nos hemos reunido hoy aquí...
-Pepe, como te vuelva a ver hurgándote la nariz...
-De un apreciado y estimado vecino de...
-Y la agarraba de las caderas ¿Sabes cómo te digo?
Así, entre comentarios banales, avanzaba, o más bien atravesaba como quien va a duras penas por la selva más impenetrable del mundo, el funeral.
El enterrado, al que también puede llamarse a esta alturas ascendido, pasado a mejor vida, difunto, fallecido, cádaver, exánime, víctima, finado, restos o fiambre, estaba observándolo todo, y preguntándose acerca del absurdo de la vida humana, así como de unas ideas peregrinas que venían rodándole desde hacía un tiempo, y que venían a concluir que, básicamente, la vida es un sinsentido, y que quien fuera que manejase los dados cósmicos del destino debía de haberse fumado unos buenos habanos, o por lo menos tener peor suerte que enfrentarse a un manco en una partida de ruleta rusa.
No se dio cuenta de la imponente presencia, que algunos definirían como celestial (o matizando, "Divino Señor de Todas las cosas, Tu que Das y que Quitas, Mano Justa, Salvador y un largo etc, que Tú Sabes Que Las Cosechas No han sido Buenas este Año, Amén") , hasta que se aposentó, o más bien decidió posicionar su colosal y universal presencia al lado suyo.
-Bueno, Sánchez, no se puede tener todo en esta vida.
-¿Vida?-le respondió el muerto-Ya me contará usted que sentido tiene llamar vida a una media de ochenta años, cincuenta de ellos trabajando, para encontrarse luego uno que ha venido a parar aquí, a esta especie de cursilada evanescente rosa (que ya me dirá usted quién fue el desviado al que se le ocurrió la decoración, ya).
-Hay quien ve la vida como un regalo.
-Y no digo que no. Pero ¿si vamos a estar aquí toda la eternidad, que sentido tiene tenernos sufriendo allá abajo tanto tiempo, eh? Si es que pillaba yo al sindicato obrero, a Manolo, y verías tú cómo le iba a cantar las cuarenta...
-¿Cómo está tan seguro de que ésto es lo último que hay?
-Bueno-contestó Sánchez-, desde luego es tal y como lo ponía el Libro Grande que Mamá me Leía Todas las Noches Sin Excepción, y ahí no ponía nada de que hubiese segunda parte, usted ya me entiende, nada de "Continuará", ni un triste "¿Fin?" Nada de eso.
-A lo mejor debería revisar sus inquietudes, Sánchez, o pasará aquí más tiempo del que debería...
-Ya ¿Y cuanto tiempo lleva usted aquí para saber tanto del santo tema, si me disculpa la expresión?-respondió volviéndose hacia la voz, para descubrir que allí no había nada. Por lo menos, nada tangible. O todo lo tangible que puede ser uno en el Más Allá.
-Desde siempre.
Y esta vez Sánchez cayó en la cuenta de que todo el tiempo no había oído la voz, sino que la había sentido dentro de su cabeza. Y se asustó. Luego pensó que total, tal y como andaba el asunto, Ése no iba a cambiar las cosas. Cuando se enterase Manolo del sindicato....

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